Stephen Hicks
El clima del álbum es "hawaiano", es decir, con aromas de suaves percusiones tribales y melodías oceánicas, y para dicha ambientación el grupo (y más precisamente su líder, Sean O'Hagan) utiliza desde mi punto de vista tres herencias que usa sin orden preciso pero con una pericia de ingeniero: las influencias de la etapa psicodélica (arreglos, ambientaciones) de los Beach Boys, Pet Sounds y el trunco Smile, las melodías e instrumentos (el banjo suena fabuloso) de los 60s pergeñados por Ennio Morricone y otros íconos del Spaghetti Western, y las texturas de vientos (saxos!, trompetas) y alguna que otra guitarra de dos popes del rock, el soul y el jazz: los productores John Simon y Allen Toussaint.
Los tópicos que atraviesan las canciones son el teatro, la literatura, el colonialismo, los negocios, la música, las olas, el poblamiento estadounidense del siglo XIX, el urbanismo... Pero son temáticas por donde fluye climáticamente la música, dandole a los fraseos de Sean O´Hagan la función de "adornar léxicamente", a veces con giros divertidos, otros irónicos o festivos ese río de melodías que a veces rebrotan en himnos, otras en odas, y las mas en canciones de un sólido pop psicodelico difícil de encontrar hoy en día. Un himno a lo sensitivo y anímico de la música en su aspecto minimalista. No hay grandes resoluciones instrumentales sino un bloque conciso de capas de sonidos, entre voces, instrumentos, golpeteos percusivos y arreglos que se mueven al son de líneas melódicas maravillosamente básicas y hermosas. Todo el álbum es una búsqueda de la perfeccion melódica en pos de interpelar al oyente tanto emocional como corporalmente. Las texturas sofisticadas de los vientos están tan en primer plano que acarician el tímpano. Las canciones son artefactos perfectos, con una maquinaria sólida, donde la banda se desempeña con mucha solvencia en esa relojería melódica.
Si algo llama la atención, y a mi me suele emocionar, de los High Llamas es esta militancia por construir y pulir arquitecturas melódicas afectivas y minimalistas. Una especie de ecosistema personal, estilístico, donde prima una comunicación emocional con el oyente mientras asistimos de forma a veces caótica, a veces festiva, a veces cínica, a veces melancólilca o sencillamente infantil con figuras arquetípicas o cotidianas del mundo contemporáneo y cuyo resultado siempre me sonó a un llamado por inteligir la belleza que nos rodea y por percibir la dimensión empática y comunicacional de la música y en especial de las melodías, lo que para mí es la forma más pura de honestidad artística, por sobre las discusiones estéticas sobre si estamos ante innovadores, conservadores o lo que sea en las aguas ya rancias de la crítica del rock y del pop.
Y aquí vuelvo sobre el epígrafe del inicio. Porque cuando lo leí pensé instintivamente en Sean O'Hagan y compañía. Si hay algo que su música expresa es esta pura pasión positiva de ser en el mundo, estas ganas de trazar de forma minimalista, infantil, melancólica y agridulce un recorrido maravilloso con las melodías como herramienta fundamental y los detalles armónicos como una marca de fábrica. Y en esta arquitectura las influencias diversas provenientes del rock y del pop, del jazz, de la música clásica, de la música brasileña y de la percusión africana, de los dibujos animados, del easy listening, de la vanguardia, de la música de películas se incorporan todas como detalles que ayudan a enfatizar esta filosofía musical muy particular y singular. Cómo si subrepticiamente estos artefactos hermosos tuviesen la misión didáctica y performativa de dar cuenta en la escucha de los detalles básicos, reiterativos, pegadizos que van tejiendo y agregando capas de sonidos y dimensiones emocionales al todo exquisito de cada canción. Algo que me remite a la filosofía del Brian Wilson de las sesiones maravillosas del Smile con sus feels y su concepción modular de la grabación, que con ese aroma melódico de lo infantil nos ofrece una máxima que saca del poéta romántico Wordsworth: The Child is the Father of the Man.
En definitiva, y para ir ya hacia los discos que la banda editó: recomiendo casi desesperadamente una escucha a fondo del LP "Hawaii"(1996), pero los siguientes discos son todos bellísimos: Cold & Bouncy (1998), Snowbug (1999), Buzzle Bee (2000), Beet, Maize & Corn (2003), Can Cladders (2007), Talahomi Way (2011) y Here Come the Rattling Trees (2016).
Y así como existe "Hawaii", está el hermoso y mixto "Cold & Bouncy", otra muestra del refinamiento melódico y de renovación estética que los High nos ofrecen disco tras disco. Donde las barrocas melodías persisten pero más discretas y lo que emerge son capas de sintetizadores imbricadas con las cuerdas, lo que genera una especie de efecto acuático que transita a través de las melodías con letras que mezclan figuras emocionales interactuando con soles, montañas, mares, ríos, arquitecturas y productos prefabricados. Como si las canciones fueran un velero que oscila entre las olas del mar o del río, mientras los motivos de la ciudad y del campo se pasean como diapositivas en la borda. Y todo mediante un camino rítmico y melódico básico, cero estruendoso pero acertadamente hipnótico. Una mención, muy justificada por cierto, merece "Beet, Maize & Corn", un álbum donde el clasicismo, los arreglos con aroma de bossa y samba y ese pop minimalista wilsoniano se acoplan generando un climax único e íntimo.
Si algo llama la atención, y a mi me suele emocionar, de los High Llamas es esta militancia por construir y pulir arquitecturas melódicas afectivas y minimalistas. Una especie de ecosistema personal, estilístico, donde prima una comunicación emocional con el oyente mientras asistimos de forma a veces caótica, a veces festiva, a veces cínica, a veces melancólilca o sencillamente infantil con figuras arquetípicas o cotidianas del mundo contemporáneo y cuyo resultado siempre me sonó a un llamado por inteligir la belleza que nos rodea y por percibir la dimensión empática y comunicacional de la música y en especial de las melodías, lo que para mí es la forma más pura de honestidad artística, por sobre las discusiones estéticas sobre si estamos ante innovadores, conservadores o lo que sea en las aguas ya rancias de la crítica del rock y del pop.
Y aquí vuelvo sobre el epígrafe del inicio. Porque cuando lo leí pensé instintivamente en Sean O'Hagan y compañía. Si hay algo que su música expresa es esta pura pasión positiva de ser en el mundo, estas ganas de trazar de forma minimalista, infantil, melancólica y agridulce un recorrido maravilloso con las melodías como herramienta fundamental y los detalles armónicos como una marca de fábrica. Y en esta arquitectura las influencias diversas provenientes del rock y del pop, del jazz, de la música clásica, de la música brasileña y de la percusión africana, de los dibujos animados, del easy listening, de la vanguardia, de la música de películas se incorporan todas como detalles que ayudan a enfatizar esta filosofía musical muy particular y singular. Cómo si subrepticiamente estos artefactos hermosos tuviesen la misión didáctica y performativa de dar cuenta en la escucha de los detalles básicos, reiterativos, pegadizos que van tejiendo y agregando capas de sonidos y dimensiones emocionales al todo exquisito de cada canción. Algo que me remite a la filosofía del Brian Wilson de las sesiones maravillosas del Smile con sus feels y su concepción modular de la grabación, que con ese aroma melódico de lo infantil nos ofrece una máxima que saca del poéta romántico Wordsworth: The Child is the Father of the Man.
En definitiva, y para ir ya hacia los discos que la banda editó: recomiendo casi desesperadamente una escucha a fondo del LP "Hawaii"(1996), pero los siguientes discos son todos bellísimos: Cold & Bouncy (1998), Snowbug (1999), Buzzle Bee (2000), Beet, Maize & Corn (2003), Can Cladders (2007), Talahomi Way (2011) y Here Come the Rattling Trees (2016).
A propósito, Sean O'Hagan, el líder de los High Llamas, acaba de sacar un hermoso disco en Octubre: "Radum Calls, Radum Calls", que recomiendo fervientemente para escuchar.
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