domingo, abril 05, 2020

AP/DP, metáfora de nuestro tiempo



Antes de la Pandemia, Después de la Pandemia. Al releer lo que escribí hace algún tiempo no es muy difícil percibir que pertenece a otro tiempo, a otro mundo, donde las moléculas o ladrillos de lo existente que configuran y construyen detalle a detalle lo cotidiano, todo nuestro entorno y ambiente, se daba por sentado. Pero hoy en día la pandemia del COVID va derrumbando ese consenso perceptivo. Poco a poco lo que tácitamente creíamos como una segunda naturaleza, desde el transporte hasta las visitas, desde los paseos hasta la forma de vivir nuestro trabajo, desde los afectos hasta el ocio. Esa sensación de extrañeza, desde mi punto de vista, es importante para darle sentido a todo lo que está pasando, que es terrible además por su dramatismo biológico y su irrupción en lo sanitario. Y también por su constelación de ánimos que trae consigo. En este sentido, el miedo y la angustia pueden paralizar las formas vitales que tenemos para salir de los laberintos oscuros a los que nos enfrentamos. Porque descontando las ingenierías políticas y sociales (que aquí, en Argentina, tienen sus alarmantes particularidades) que se requieren para poder sortear a esta peste, la arbitrariedad política puede tener más espacio para imponerse en aquellas sociedades que no tienen "autodefensas" cuando los acontecimientos desbordan cualquier expectativa, cuando dicho escenario despierta los sentimientos más básicos de nuestra naturaleza: uno de ellos es el miedo, el otro la necesidad de encontrar un camino, seguir un rebaño, buscar un colectivo o identidad donde calmar la angustia y ceder así, si fuera "necesario", derechos indelegables, es decir, creer en "el más fuerte" más allá del escenario o los medios en que éste buscase imponerse.


La pandemia la entiendo como una metáfora que nos da la naturaleza para salirnos de nuestra cáscara de obviedades, desmemoria, hermetismos, y obstáculos que nos ponemos en este escenario de nuestra existencia. Y la cuarentena sería la figura específica de la metáfora. Por supuesto, esta interpretación no está en contradicción con el dramatismo al que hoy en día nos enfrentamos con las muertes, las responsabilidades, las impericias, las luchas geopolíticas que conllevan y las sospechas que infunden. Pero siendo un estudiante de una disciplina social, ya con cierta edad e independencia para pensar los acontecimientos desde una perspectiva universal u holística (y por qué no, con cierto hartazgo de cierto pensamiento policíaco en boga hoy en las academias, que entienden todo esfuerzo de pensar universalmente como ideológicamente determinado y, por ende, necesariamente rechazado, ya que pertenecen a un canon teórico omitido en la actualidad, llámese liberalismo, neoliberalismo, o pro capitalismo) las metáforas sirven para comprender el lugar donde podemos posicionarnos como individuos con responsabilidad ante los otros y ante uno mismo. Y esta comprensión es crucial para mantenernos calmos y atentos ante las salidas prepotentes y autoritarias. Para poder discenir con espíritu crítico y forzar en el buen sentido el ejercicio del sentido común. Pero también fundamental para poder transitar el encierro necesario por el que transitamos e infundirle un sentido fuerte al encierro, a esta percepción de liviandad y vacío de los vínculos en la que podríamos caer. Ambas dimensiones se retroalimentan y requieren de un ejercicio cotidiano. Estemos fuertes y serenos. Son tiempos duros.

Tiempos que, además, en Argentina pueden golpear como una bomba perfecta a nuestra forma de convivir y de estar. Para un país que muy frecuentemente se ha dejado llevar por los espejismos de colores, la autoindulgencia más feroz, y por la salvaje arbitrariedad en el manejo de la información, el COVID puede ser un tsunami con consecuencias imprevisibles.

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